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jueves, 20 de febrero de 2014

Viajando en autobús



Estaba separado y con dos hijos. Él tenía la custodia de Inés de 10 años e Iván de 4 y ella se había quedado con la casa. Al principio fue de mutuo acuerdo pero pasado el tiempo las cosas se fueron torciendo. Apareció un tercer personaje en discordia y todo cambió.

Conducía un autobús y se desahogaba con un conocido que acababa de subirse, pensando que ninguno de los pasajeros entenderíamos lo que estaba diciendo. Servidora había echado una cabezadita pero como ya no podía dormir más me dio por fijarme en el conductor. No llegaba a los 50 y hacía un rato largo que ya no hablaba ni tenía intención de hacerlo. Lo que en un principio me pareció perfecto (pues no tenía gana de aguantar a nadie y menos conocer su vida y milagros), al cabo de unos minutos se tornó en angustia. Con gafas ahumadas y el parasol sin bajar llegaba el primer bostezo. Aún estaba algo adormecida y rápidamente desperté de un plumazo. Seguí fijándome por si había sido sólo para destaponarse los oídos pero enseguida llegó el segundo. Como no hay dos sin tres, efectivamente, presencié el tercero. Rockland dormía a mi lado y parecía un sueño profundo así que decidí no despertarle. Miraba a mi alrededor y nadie parecía percatarse de peligro que todos corríamos. En el cuarto pude verle hasta los empastes y el quinto fue aún mayor.

Sabía que era una mala hora, después de comer, un sol de justicia… Pero, ¡diantres!¡Era conductor del maldito autobús! Comencé a pensar las horas que pasaría cuidando de sus hijos y si se habría tenido que quedar despierto toda la noche por alguna que otra fiebre. Me dije: no es posible, bosteza como un león pero no dejaría a sus niños huérfanos de padre por mucho que s exmujer hubiera encontrado ahora a otro maromo y encima le pidiera la pensión compensatoria.

Seguía sin bajar el parasol y el quinto hizo aparición. Me dieron ganas de levantarme a hablar con él, al fin y al cabo era un chico majo que me había asegurado que pararía de estar yo muy apurada con mis cosas. El sexto llegó con la misma frecuencia. Minuto arriba o abajo era lo que separaba uno de otro. Me había dado por contar los segundos que tardaba y cuanto llegué al 34 apareció el séptimo. Alarmada y moviéndome más de la cuenta, despertó el príncipe de un dulce letargo. Una vez informado, juntos pudimos comprobar como llegaba el octavo, el noveno y hasta el décimo, donde cogió la desviación al aeropuerto, se desperezó y al fin reaccionó. Bendita sea la parada, pensé yo.

Veinte minutos más tarde, llegábamos a buen puerto, sanos y salvos. Odio el autobús pero oiga, ni tan mal.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

AGT64: Seguimos aqui, aaauuuu¡¡¡¡que sueño...
Paula hay que llevar una lata de Red Bull a mano siempre en los viajes por el mundo, nunca se sabe cuando hay que ofrecer un traguito.
Y cuando viajamos en avion, jee, ahi
no vemos al conductor, no sabemos si esta sudando, si tiene temblores de acojono, y nos vamos como corderitos al cielo, nos topamos con San Pedro y decimos: Ostia que hace este tio en el avion.
Besos y pasarlo bien Jefes.

paulamule dijo...

La verdad es que es increíble como nuestras vidas dependen absolutamente del cómo esté una persona en un determinado momento. NO nos damos cuenta pero es así O bueno, sí nos la damos pero preferimos no pensarlo porque si no, no viajaría ni el tato.

En fin, me haré con una latita de esas y seguiré tu consejo para la próxima vez.

Un abrazo, gracias por comentar y salud, AGT64.

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