Adios a DELIBES

Fui una niña que tardó años en empezar a leer libros. Mi casa estaba llena de ellos pues mi madre es una ávida devoradora de textos. Quizá por eso no les prestara atención, por llevar la contraria. Pero es que además no me concentraba ni con los tebeos por no hablar de las películas que me parecían un soberano tostón y esperaba ansiosa su término en aquella “sesión tarde” de los sábados.

Lo que no consiguió mi madre en catorce años lo hizo un profesor de literatura, del que estaba platónicamente enamorada, en un santiamén. Era apuesto, seguro, dulce, suave, con unas hermosas manos y un adorable tono de voz. A parte de los obligados libros que nos hacían leer en el instituto, este hombre nos recomendaba otros a los que estuviéramos interesados. Ni que decir que yo me quedaba un rato más a escucharle hablar de aquellos que le parecían imprescindibles para chicos de nuestra edad entre los que, claro está, se encontraba Miguel Delibes.

Aquí comenzó mi idilio con las letras y libros como “La sombra del ciprés es alargada”, “El camino”, “Las ratas”, “Cinco horas con Mario” o “Los santos inocentes” maravillosamente adaptada al cine por Mario Camus, se convirtieron en compañeros inseparables. A su vez, se fue despertando también en mí el gusto por el cine y el teatro algo más tarde pero esto es otra historia.

Hoy al conocer su muerte, he vuelto a rememorar todos aquellos años de inseguridades y vida por descubrir. Hoy, aunque suene a tópico, se ha ido uno de los grandes.