Rockin' n' Cookin'

Uno de los secretos mejor guardados que tenemos por estas templadas y húmedas tierras es la dieta cantábrica. Mucho se habla de la sanísima dieta mediterránea pero lo siento y que nadie se me enfade, no hay color. El ritual habitual de ir a la pescadería y ver a esos maravillosos peces, vivos como quien dice, diciéndote cómeme cómeme, no tiene comparación posible. Y no me malinterpretéis, no es que en otros lugares que no sean el norte el pescado sea del mes anterior, pero es que aquí amigos… es un manjar y además qué diablos, algo bueno teníamos que tener.

Por todo ello, no entiendo a quienes fanfarronean de ser asturianos, gijoneses o culo moyaos como por aquí decimos, y dicen no gustarles el bendito pescado por no hablar ya del marisco. Pero esto último se lo dejaremos a los gallegos que de esto saben un rato. ¿Hay algo más absurdo en la vida que poder llevarte a la boca una buena gallapota (pez palo), un fresquísimo bacalao o una merluza del pincho y actuar como un mocoso sin paladar? Pues por desgracia aquí de esos hay unos cuantos.

Pero todo este buen material no sería lo mismo sin la colaboración y elaboración por parte de my love-chef preferido que no es otro que mi querido Rockand. Os lo explicaré. Hace tan sólo unos pocos años ninguno de los dos sabía un pimiento de cocina. Él, por su trabajo, casi nunca comía en casa y yo, por tener a una excelente cocinera en la mía y por dejadez, tampoco. Circunstancias de la vida hicieron que de la noche a la mañana tuviéramos que aprender de golpe y porrazo. Y vaya si aprendimos. Más adelante fuimos arriesgándonos más y nos sorprendimos a nosotros mismos. Pero algo faltaba y eso era un mandil como Dios manda. Y en esas llegó un cumpleaños de Rockland y harta de regalar siempre discos, libros y demás, se me ocurrió lo del delantal pero con motivos rockeros para dar más “salsa” a los platos. Está claro que esta vez no acertaría al menos uno de los regalos. Además no sabíamos qué hacer con tantos parches estorbándonos por ahí que nunca nos decidíamos a colocar en ningún sitio.

Y puedo decir con orgullo que triunfé por todo lo alto. Y vaya si triunfé, a partir de ese momento Rockland se creyó su papel, se hizo dueño absoluto de la cocina y me invitó a no entrar en ella en la medida de lo posible hasta tener la comida en el plato. Así que ya sabéis girls, si tenéis un novio, marido o amante (o todo a la vez como es mi caso) rockero que todavía recuerda lo bien que cocinaba su madre cada vez que vosotras os pasáis horas en la cocina, esta es la solución. Si ni con esto lográis que se convierta en un Jose Mari Arzak, dejadlo por imposible o cambiad de pinche.