Esto es insoportable. En tres semanas que llevo fuera de casa se nos han ido Lemmy, Bowie y ahora Glenn Frey. No puedo más. Mis ídolos van cayendo como moscas y esto no parece tener fin. Ya he comentado en numerosas ocasiones mi pasión por The Eagles y mi simpatía por sus miembros que, al contrario de lo que podrían parecer a primera vista, no fueron unos angelitos precisamente en su época más salvaje. Poder verlos en Madrid el verano de 2009 fue cumplir otro de mis sueños con momentos especialmente emotivos. La puesta en escena, el sonido celestial, sus imperecederos clásicos y sobre todo los impecables trajes que lucían aquella bendita noche no daban muestras de haber sido unos malos chicos y sin embargo fueron dinamita. Da igual las delicadas melodías con las que muchos los tachaban blandengues, estos tipos eran una bomba de relojería hicieron todo lo habido y por haber. Y si, para más inri, eres uno de los capos del clan, ni te cuento. Los Eagles son una de las bandas de mi vida y una de las mejores de américa sin ninguna duda, pese a quien pese. La semana pasada escuché por enésima vez esa obra maestra, y cien mil veces oída pero igualmente disfrutada, llamada Hotel California con motivo de su 40 aniversario. Mañana haré lo propio con esa otra barbaridad titulada One Of These Nights con la que se me caía la baba sin disimulo en la crítica que le dediqué hace unos años.
Esta vez no ha sido un cáncer sino una mezcla explosiva de artritis reumatiode, colitis ulcerosa y neumonía. ¡Qué más da! Se lo han llevado también y The Eagles ya nunca volverá a girar. Descanse en paz.