Si me descuido dejo la crónica del concierto de
Leon Russell para Navidad. Es lo que pasa cuando vas dejando los conciertos un poco de lado, pierdes las buenas costumbres y luego dan pena, pereza y dolor. Exceptuando un par de bolos aquí en la Plaza Mayor de la villa en la que aún habitamos, hacía unos cuatro meses que no íbamos a ningún otro y si contamos para atrás ya ni se sabe. Con el tiempo, los años y tras haber visto tanto y tan bueno, a uno se le hace muy cuesta arriba ir a cualquier mediocridad hoy en día, así que preferimos elegir bien, no desperdiciar tiempo y dinero repitiendo grupos que ya hemos visto o que no nos interesan los más mínimo. Soy de las que creo que es bueno descansar un tiempo y volver a asistir a un concierto con ilusión. A veces tengo la sensación de que hay gente que va por inercia y no distingue lo bueno de lo malo. Es como esos que se bañan todos los santos días del año en la playa, sea invierno o verano, llueva, truene o haga sol. Les preguntas qué tal el agua en pleno agosto y te dicen que estupenda y les haces la misma pregunta en enero y vuelves a escuchar la misma respuesta. Conozco a un par de ellos y siempre les digo que tienen el termostato averiado.
Pero esta vez no era ninguna vulgaridad la que se nos presentaba no muy lejos de casa sino el gran
Leon Russell. Hacía tiempo que ya habíamos sacado las entradas, pues le teníamos tremenda gana a esta leyenda. La cita era obligada e intentar coger las entradas más cercanas a su figura también así que allí estábamos,
Pin y Pona, en primera fila para disfrutar de una buena noche de rhythm&blues.
Pasados diez minutos del horario previsto salía a escena
Mr. Russell acompañado de su banda: larga barba y pelo blanco, sombrero de cowboy y su ya inseparable bastón desde hace años. Está como parece y al verle tiene uno la sensación de que este tipo se morirá actuando. Pero no matemos tan pronto al "mensajero" porque el célebre compositor estuvo vivo aunque quizá no coleando tanto como esperábamos. Tampoco quiere decir que pensáramos que iba a hacer como
Iggy Pop pero quizá nuestras expectativas eran mayores. Quiero decir que parecía como si fuera con el piloto automático puesto y, en ocasiones, como si tocara por inercia. Está fuera de toda duda que este tipo hace lo que quiere y a estas alturas no tiene que demostrar nada a nadie pero cualquiera que haya asistido la noche del martes en Bilbao se dará cuenta de lo que hablo. Aunque, bien mirado, tampoco es de extrañar, si echas un vistazo a las fechas en su web, te darás cuenta de que este hombre no para de girar y los set lists poco o nada difieren noche tras noche. Toca de memoria y eso se nota. No encuentras un dichoso listado en toda la sala ni falta que les hace a ninguno.
Con todo esto no quiero decir que fuese un mal concierto, fue simplemente correcto. La primera media hora fue un visto y no visto. Un porrón de clásicos del blues todos tocados de un modo similar y sin dar respiro entre canción y canción (
"A Got A Woman", "Rollin' My Sweet Baby's Arms", "Baby What You Want Me To Do", "It's A Hard Rain Gonna Fall", "Wild Horses"... La maravillosa
"Stranger In The Strange Land" fue metida con calzador y exenta de cualquier emotividad.
A momentos hacía como
Dylan y parecía como si quisiese jugar con el personal dando un tratamiento irreconocible a algunas composiciones, aunque supongo que será por hartazgo personal. Con
"Georgia On My Mind" la cosa empezó a cambiar, pero es que es casi imposible interpretar mal un tema como este. En mitad del show mandó a su discreta banda a descansar, se quedó él solo con su simple teclado (pena de piano de cola) y fue lo mejor de la noche: tempo más lento, temas más melódicos y sin adornos innecesarios, sensibilidad y muestras de lo que puede dar si quiere, destacando
"A Song For You", de la que Rockland se hace eco en su blog. Y para acabar nada mejor que un medley de otros tantos clásicos como
"I've Just Seen A Face", "Jumplin' Jack Flash", "Papa Was A Rolling Stone", "Paint It Black" o
"Roll Over Beethoven", los que no creo que haya falta decir a quién pertenecen.
En resumiendo, hora y veinte de trabajo correcto, sin muchas florituras ni agradecimientos, del que, sin embargo, salimos con buena cara pero sin acabar de estar plenamente satisfechos aunque sabiendo que habíamos visto a una pequeña leyenda y que, seguramente, sería la última vez. Demos gracias al menos por ello.